Vamos a leer un fragmento de la obra
Frankenstein de Mary Shelley, pertenenciente al
capítulo 3 de la II Parte.
Como ya sabréis, la primera parte
de la obra, nos cuenta la historia del doctor Frankenstein a partir
de las cartas que Robert Walton le envía a su hermana. Al igual que
ocurría con Las cuitas del joven Werther, se
trata de una novela epistolar.
A partir de estas cartas, Robert
Walton le cuenta a su hermana cómo le va en alta mar, mientras está
embarcado en un barco ballenero. En esta travesía conoce a Víctor
Frankenstein, quien le relata toda su historia, lo que conforma el
centro de la trama. Frankenstein, siendo estudiante de física,
decide crear un nuevo ser basándose en sus investigaciones, y es así
como nace el conocido monstruo. Pero Víctor, al concluir su obra, se
horroriza y cae en una depresión que le hace enfermar durante tres
años, mientras el monstruo huye. Pasado este tiempo, y ya restituido
de su enfermedad, recibe una carta de su padre y su futura esposa,
Elizabeth, en la que le cuenta la fatal noticia: su hermano pequeño
ha sido asesinado en su ciudad natal suiza. Víctor, junto a su mejor
amigo Clerval (quien le ha estado acompañando durante estos tres
años de enfermedad), vuelve a Suiza seguro de conocer quién es el
autor del asesinato: su creación.
El fragmento que sigue pertenece a
un viaje que realizan el padre y la prima de Victor al campo, con
intención de animarse. Victor hace una excursión él solo y se
admira de la belleza del paisaje:
“Miré el valle a mis pies. Sobre los
ríos que lo atraviesan se levantaba una espesa niebla, que
serpenteaba en espesas columnas alrededor de las montañas de la
vertiente opuesta, cuyas cimas se escondían entre las nubes. Los
negros nubarrones dejaban caer una lluvia torrencial que contribuía
a la impresión de tristeza que desprendía todo lo que me rodeaba.
¿Por qué presume el hombre de una sensibilidad mayor a la de las
bestias cuando esto sólo consigue convertirlos en seres más
necesitados? Si nuestros instintos se limitaran al hambre, la sed y
el deseo, seríamos casi libres. Pero nos conmueve cada viento que
sopla, cada palabra al azar, cada imagen que esa misma palabra nos
evoca. Descansamos; una pesadilla puede envenenar nuestro sueño.
Despertamos; un pensamiento errante nos empaña el día. Sentimos,
concebimos o razonamos, reímos o lloramos. Abrazamos una tristeza
querida o desechamos nuestra pena; Todo es igual; pues ya sea
alegría o dolor, El sendero por el que se alejará está abierto.
El ayer del hombre no será jamás igual a su mañana. ¡Nada es
duradero salvo la mutabilidad!
Era casi mediodía cuando llegué a la
cima. Permanecí un rato sentado en la roca que dominaba aquel mar
de hielo. La neblina lo envolvía, al igual que a los montes
circundantes. De pronto, una brisa disipó las nubes y descendí al
glaciar. La superficie es muy irregular, levantándose y hundiéndose
como las olas de un mar tormentoso, y está surcada por profundas
grietas. Este campo de hielo tiene casi una legua de anchura, y tardé
cerca de dos horas en atravesarlo. La montaña del otro extremo es
una roca desnuda y escarpada. Desde donde me encontraba, Montanvert
se alzaba justo enfrente, a una legua, y por encima de él se
levantaba el Mont Blanc, en su tremenda majestuosidad. Permanecí en
un entrante de la roca admirando la impresionante escena. El mar, o
mejor dicho: el inmenso río de hielo, serpenteaba por entre sus
circundantes montañas, cuyas altivas cimas dominaban el grandioso
abismo. Traspasando las nubes, las heladas y relucientes cumbres
brillaban al sol. Mi corazón, repleto hasta entonces de tristeza, se
hinchó de gozo y exclamé: “Espíritus errantes, si en verdad
existís y no descansáis en vuestros estrechos lechos, concededme
esta pequeña felicidad, o llevadme con vosotros como compañero
vuestro, lejos de los goces de la vida.
No bien hube pronunciado estas
palabras, cuando vi en la distancia la figura de un hombre que
avanzaba hacia mí a velocidad sobrehumana saltando sobre las
grietas del hielo, por las que yo había caminado con cautela. A
medida que se acercaba, su estatura parecía sobrepasar la de un
hombre. Temblé, se me nubló la vista y me sentí desfallecer; pero
el frío aire de las montañas pronto me reanimó. Comprobé, cuando
la figura estuvo cerca odiada y aborrecida visión–, que era el
engendro que había creado. Temblé de ira y horror, y resolví
aguardarlo y trabar con él un combate mortal. Se acercó. Su rostro
reflejaba una mezcla de amargura, desdén y maldad, y su diabólica
fealdad hacían imposible el mirarlo, pero apenas me fijé en esto.
La ira y el odio me habían enmudecido,
y me recuperé tan sólo para lanzarle las más furiosas expresiones
de desprecio y repulsión. Demonio –grité–, ¿osas acercarte?
¿No temes que desate sobre ti mi terrible venganza? Aléjate,
¡insecto despreciable! Mas no, ¡detente! ¡Quisiera pisotearte
hasta convertirte en polvo, si con ello, con la abolición de tu
miserable existencia, pudiera devolverles la vida a aquellos que tan
diabólicamente has asesinado!
Esperaba este recibimiento –dijo el
demoníaco ser–. Todos los hombres odian a los desgraciados.
¡Cuánto, pues, se me debe odiar a mí que soy el más infeliz de
los seres
vivientes! Sin embargo, vos, creador
mío, me detestáis y me despreciáis, a mí, vuestra criatura, a
quien estáis unido por lazos que sólo la aniquilación de uno de
nosotros romperán. Os proponéis matarme. ¿Cómo os atrevéis a
jugar así con la vida? Cumplid vuestras obligaciones para conmigo, y
yo cumpliré las mías para con vos y el resto de la humanidad. Si
aceptáis mis condiciones, os dejaré a vos y a ellos; pero si
rehusáis, llenaré hasta saciarlo el buche de la muerte con la
sangre de tus amigos.
–¡Aborrecible monstruo!, ¡demonio
infame!, los tormentos del infierno son un castigo demasiado suave
para tus crímenes. ¡Diablo inmundo!, me reprochas haberte creado;
acércate, y déjame apagar la llama que con tanta imprudencia
encendí.
Mi cólera no tenía límites; salté
sobre él, impulsado por todo lo que puede inducir a un ser a matar a
otro. Me esquivó fácilmente y dijo:
-¡Serenaos! Os ruego me escuchéis
antes de dar rienda suelta a vuestro odio. ¿Acaso no he sufrido
bastante que buscáis aumentar mi miseria? Amo la vida, aunque sólo
sea una sucesión de angustias, y la defenderé. Recordad: me habéis
hecho más fuerte que vos; mi estatura es superior y mis miembros
más vigorosos. Pero no me dejaré arrastrar a la lucha contra vos.
Soy vuestra obra, y seré dócil y sumiso para con mi rey y señor,
pues lo sois por ley natural. Pero debéis asumir vuestros deberes,
los cuales me adeudáis. Oh Frankenstein, no seáis ecuánime con
todos los demás y os ensañéis sólo conmigo, que
soy el que más merece vuestra justicia
e incluso vuestra clemencia y afecto. Recordad que soy vuestra
criatura. Debía ser vuestro Adán, pero soy más bien el ángel
caído a quien negáis toda dicha. Doquiera que mire, veo felicidad
de la cual sólo yo estoy irrevocablemente excluido. Yo era bueno y
cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido.
Concededme la felicidad, y volveré a
ser virtuoso.
-¡Aparta! No te escucharé. No puede
haber entendimiento entre tú y yo; somos enemigos. Apártate, o
midamos nuestras fuerzas en una lucha en la que sucumba uno de los
dos.
- ¿Cómo podré conmoveros?; ¿no
conseguirán mis súplicas que os apiadéis de vuestra criatura, que
suplica vuestra compasión y bondad? Creedme, Frankenstein: yo era
bueno; mi espíritu estaba lleno de amor y humanidad, pero estoy
solo, horriblemente solo. Vos, mi creador, me odiáis. ¿Qué puedo
esperar de aquellos que no me deben nada? Me odian y me rechazan. Las
desiertas cimas y desolados glaciares son mi refugio. He vagado por
ellos muchos días. Las heladas cavernas, a las cuales únicamente
yo no temo, son mi morada, la única que el hombre no me niega.
Bendigo estos desolados parajes, pues son para conmigo más amables
que los de tu especie. Si la humanidad conociera mi existencia haría
lo que tú, armarse contra mí. ¿Acaso no es lógico que odie a
quienes me aborrecen? No daré treguas a mis enemigos. Soy
desgraciado, y ellos compartirán mis sufrimientos. Pero está en tu
mano recompensarme, y librarles del mal, que sólo aguarda que tú
lo desencadenes. Una venganza que devorará en los remolinos de su
cólera no sólo a ti y a
tu familia, sino a millares de seres
más. Deja que se conmueva tu compasión y no me desprecies. Escucha
mi relato: y cuando lo hayas oído, maldíceme o apiádate de mí,
según lo que creas que merezco. Pero escúchame.
- Como en otras obras románticas, la descripción del paisaje sirve para expresar los propios sentimientos. ¿Cómo se siente el protagonista de la obra? Extrae algunas oraciones del texto que reflejen bien estos sentimientos.
- Una vez frente al Mont Blanc, dice el protagonista: “Permanecí en un entrante de la roca admirando la impresionante escena. El mar, o mejor dicho: el inmenso río de hielo, serpenteaba por entre sus circundantes montañas, cuyas altivas cimas dominaban el grandioso abismo”. Cita algún cuadro de la época romántica que se asemeje a este extracto.
- El marido de la autora, Percy Shelly, también había escrito versos al Mont Blanc. Parece ser que un viaje que hicieron los dos juntos les inspiró a escribir sendas obras. Lee los siguientes versos y compara los textos. ¿Qué tienen en común?
Allá lejos, muy lejos, coronando de cielo
su
serenada nieve, se yergue el Monte Blanco;
su
quietud infinita se alza como un anhelo
imperial
sobre el pasmo del callado barranco.
(...)
¡Oh
desierto que solo la tempestad habita,
y
en donde arroja el águila los triturados huesos
del
cazador; y el lobo, tras de su huella escrita
en
la nieve, aúlla al fondo de los bosques espesos.
¡Cuánto
horror amontona la soledad desnuda!
¡Oh
tierra atormentada y espectral cataclismo!
¡Como
un planeta en ruinas cubre la nieve muda
la
sombra desolada del cielo y del abismo!
¿Jugó
un titán contigo? ¿Te bañaste en la aurora
del
mundo? ¿Un mar llameante cubrió tu virgen nieve?
Nadie
responde. Todo parece eterno ahora;
y
el alma, poco a poco, como una flor se embebe.
El
desierto nos habla con misterioso acento;
y
una trágica duda cual roedor gusano,
socava
la conciencia donde tienen su asiento
la
soledad del hombre y el desamparo humano.
Pero
una fe más dulce, más serena, más alta,
nos
reconcilia y hace creer en la belleza;
en
las cosas hermosas, en el amor que exalta
y
despierta en el hombre su dormida pureza.
¡Tu
música, oh montaña, descifra la armonía
del
corazón que late ya más puro que antes;
a
las almas egregias brindas tu compañía,
y
sus conciencias tornas puras como diamantes!
- La obra se llama Frankenstein o El Moderno Prometeo. Busca información sobre el titán Prometeo y explica por qué la autora le puso este título.
- En este extracto, el monstruo le dice a su creador que ha actuado con violencia debido a su infelicidad y a su soledad; en concreto dice: “yo era bueno; mi espíritu estaba lleno de amor y humanidad, pero estoy solo, horriblemente solo. Vos, mi creador, me odiáis. (…) ¿Acaso no es lógico que odie a quienes me aborrecen? No daré treguas a mis enemigos. Soy desgraciado, y ellos compartirán mis sufrimientos”. Haz una pequeña reflexión sobre la violencia en el ser humano tomando de punto de partida las revelaciones del monstruo de Frankenstein.